Conmovedor relato que nos debería ilustrar sobre la verdadera naturaleza del acto educativo, tantas veces olvidada o disfrazada tras nuestra jerga de tecnólogos de la educación o lo que es peor de mercenarios dispuestos a dejarnos llevar por la rutina y la tradición para poder poner la mano a fin de mes. No tachemos sin más de sensiblero el relato y veamos el retrato que nos hace y como deja al descubierto algunas de nuestras miserias profesionales y personales.
Si concebimos nuestra tarea como una mera enseñanza o transimisión de conocimientos a futuros trabajadores seremos sustituidos en breve por máquinas que lo hacen mejor y de forma más barata. Si nos sentimos auténticos educadores de personas y futuros ciudadanos y estamos orgullosos y convencidos de nuestra función social no habrá máquina que pueda hacer esta labor. Aunque sólo sea por esta razón egoísta seamos educadores y no meros enseñantes.
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